Ni el grácil aleteo de una abeja,
ni el vuelo de la polilla ridícula,
ni aun el acelerador de partículas,
supera el vendaval de tus orejas.
Y provoca destrozo semejante,
el vaivén de tu pabellón auditivo,
que aventaja al viento de Levante
y al huracán mortal y destructivo.
Siempre mejor de perfil que de frente,
siempre mejor con gorro hasta los hombros,
siempre mejor general que teniente
que escuche la gran ventisca de asombro,
de la ráfaga orejil tan potente,
que convierte caseríos en escombros.
©Giliblogheces
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